Cuando el pasado martes Diego Godín pidió el cambio en el encuentro ante la Real Sociedad los cimientos del Atlético se tambalearon por un momento.
Un pilar básico de la escuadra del Cholo tenía problemas, uno de los insustituibles ponía rumbo al banquillo con gesto de dolor. Nada más tomar asiento en la banda se puso en manos de uno de los fisios rojiblancos, que le aplicó hielo en los isquiotibiales del muslo derecho, la zona que le había obligado a parar.
Tras concluir el choque, desde el club se informaba que el uruguayo sufría una sobrecarga y que comenzaría el tratamiento la mañana siguiente. No era necesario siquiera someterle a pruebas de diagnóstico por imagen.
Dicho y hecho. Sin tiempo que perder, pues a pesar de que el Atlético ya puso punto y final al maratón de cuatro partidos en 10 días, Godín se puso a trabajar junto a los miembros del cuerpo médico del club para retornar cuanto antes al trabajo junto a sus compañeros. Horas y horas en el gimnasio y la enfermería que pronto han dado su fruto.
Su presencia, tanto por lo que aporta a nivel futbolístico como por lo que significa para sus compañeros en el centro de la zaga, se antojaba imprescindible en Mestalla, en una de las salidas más complicadas que le quedan a los del Cholo en Liga.
Y estará. Si nada se tuerce en los ensayos, o en Valencia, Godín llegará sin problemas al choque frente a los de Neville, toda vez que al cerrar la semana se calzaba ya las botas como uno más a las órdenes de Diego Cholo Simeone y entrenaba junto al resto de sus compañeros. Sin gestos de dolor, sin resentirse de sus molestias. Es una auténtica roca.
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