Raúl mantiene su prestigio como señor de las canchas europeas. Desterrado por edad del Madrid, donde no sólo cuentan los requisitos deportivos, sino también los de marketing y vitrineo, ha recalado en el Schalke 04 para dejar en cada partido su sabiduría, su prestancia y conducir a su equipo por los senderos del riesgo ofensivo, bien acompañado por estupendos jugadores como el peruano Farfán o ese cabeceador siempre amenazante, el griego Papadopulos, o laterales como el austriaco Fuchs que sube con eficacia —mejor en la proyección que en la marca— y es tan bueno para los envíos con balón detenido y el japonés Uchida que también se manda hacia adelante con determinación absoluta. Los de Gelsenkirchen tienen una vistosa maquinita de jugar al ataque con el plus de la visión periférica y la capacidad para la definición del emblemático español que anotó los dos goles de su equipo contra el Athletic, apareciendo en el juego en situaciones clave.
Pero el conductor, por más talentoso y difícilmente controlable que se muestre regularmente, no podrá arribar a buen puerto si se topa con un adversario que tiene una fortaleza mental incomparable para buscar y buscar, más si se trata de remar contracorriente e intentar remontar el resultado hasta conseguirlo con un juego asociado que se produce en todas las zonas del campo: para defender, para recuperar, para atacar, para contraatacar y para definir.
Cuando el Atlhetic comenzó a meter ese pressing endemoniado inequívocamente bielsista desde el momento en que la línea de fondo del Schalke ponía la pelota en circulación, y puso al desnudo cuánto practican sus delanteros los tiros libres para anticiparse con cabezazos precisos (así Llorente puso el 2-2), emergieron desde la retaguardia, por afuera y por adentro, unos gigantescos combatientes del juego que si en la primera etapa tuvieron dificultades para controlar las mortíferas embestidas del equipo germano, finalmente, pudieron demostrar que el funcionamiento colectivo con base en la velocidad y la precisión, termina imponiéndose sobre la inspiración individual.
El Athletic tuvo en sus centrales Amorebieta y Martínez, bien respaldados por Iraola y Pérez, una muralla para neutralizar las cosas cuando mejor jugaba el Schalke y como de salir con pelota dominada desde el fondo se trata —Bielsa no negocia ni un milímetro su ideario— hasta imponer dominio en el medio terreno cuando se tiene la posesión, sus volantes, desde Iturraspe hasta Muniain, supieron exhibir el catálogo de variantes, primero revirtiendo el 1-2 y luego traduciendo en eficacia su juego limpio de recuperar balones hasta la muerte y gestar jugadas para convertir tal como ya lo habían demostrado frente al Manchester United.
Cuando Raúl había anotado el empate (1-1), se acercó a Fuchs para recriminarle cómo había cedido, dos minutos antes, esa escapada por la banda derecha que permitió el centro rasante que soltó el meta Hildebrandt para que el temible Llorente abriera el marcador. En ese momento del partido, minuto 22, con el sello del temperamento del exmadridista bien puesto, parecía que los alemanes iban a terminar imponiendo su localía, pero su colorido y festivo despliegue en ataque no fue suficiente contra estos vascos que de verdad quieren celebrar en San Mamés la obtención de la Europa League.
Dos equipos generosos ofrecieron un espectáculo de sensaciones continuas vinculadas a la emoción y a la sorpresa. Los alemanes nutridos por la sabia futbolística plurinacional de su onceno, y los vascos asfixiantes como nadie para recuperar e implacables para enfilar hacia la meta contraria fueron capaces de opacar la importancia jerárquica de la Champions que un día antes había producido un desteñido encuentro sin apertura del marcador con el que el Milan y el Barcelona nos aburrieron sin pausa.
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