Lionel Messi pone en dificultades al lenguaje. Gasta adjetivos todas las semanas, invita a neologismos, transgrede las exageraciones. Las crónicas, por su responsabilidad, parecen contar siempre lo mismo: el crack rosarino volvió a romper alguna barrera. Leo resulta capaz de todo en cualquier partido, en todo momento, en las más variadas circunstancias. Puede ser
Maradona en los últimos metros de la cancha, cerca del área, cada domingo de Liga o cada miércoles de Champions League; los hinchas del Barcelona le rinden pleitesía y le ofrecen incluso más aplausos que a Cruyff bajo el cielo del Camp Nou; supera varios récords juntos en un puñado de minutos como aquel inmenso Di Stéfano del Real Madrid.
Sí, Messi —como cada goleador que participa de la Liga de España— es el Pichichi, ese apodo que se hizo sustantivo para referir al máximo anotador de la temporada, y adjetivo para celebrar las capacidades goleadoras de un futbolista.
Pichichi existió. Se llamaba Rafael Moreno Aranzadi, era delantero y jugó oficialmente entre 1913 y 1921 para un solo equipo, Athletic de Bilbao. Vasco y goleador, antes de que naciera la Liga él ya se había destacado como gran figura.
Ganó cuatro Copas del Rey —la máxima competición de su tiempo— y cinco campeonatos del norte en sus ocho años de carrera. Era el emblema de un club que comenzaba a construir su historia de magia y de grandeza. Y también resultaba un valioso integrante del seleccionado español: obtuvo la medalla plateada en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920. En el ocaso de su carrera —breve en términos comparativos con este tiempo— escuchó algunos rechazos.
Le dolieron y tomó la decisión de alejarse para ser árbitro. En menos de un año, falleció de tifus. La versión más aceptada sobre la causa de su muerte es la ingesta de ostras en mal estado.
La figura de Pichichi, claro, trascendió las fronteras de su deporte. Juan Antonio de Zunzunegui y Loredo, en su novela Chiripi (publicada en 1931), escribe: “La venida de este Mesías futbolístico embraveció más a la afición.
El centenar de escritores deportivos que garrapatean en los periódicos bilbaínos anunció el nuevo dios en una prosa bíblica”. Zunzunegui era cercano a Pichichi. Sucedía que el goleador era el sobrino de su formador y amigo, el también escritor Miguel de Unamuno, destacado integrante de la Generación del 98. Cuenta el sitio Mi Athletic, una suerte de enciclopedia informal sobre los Leones de Bilbao: “Más que un extraordinario jugador, era un símbolo vivo del Athletic. Su pañuelo de cuatro nudos encasquetado en la cabeza, llenó toda una época heroica del club rojiblanco. Hizo historia, forjó leyenda y marcó huella”.
Ninguno de los que abrazan ahora su historia o de los que se asombran con su carrera legendaria lo vio jugar. Se sabe, claro, un detalle determinante: su facilidad para llegar al gol, incluso aunque frecuentemente jugara como interior izquierdo (algo así como un número diez, en aquellas antiguas formaciones que incluían cinco atacantes).
Escribió el periodista Alberto Bacigalupe, en la revista del Ayuntamiento de Bilbao: “Definía a Pichichi una personalidad indiscutible, tanto dentro como fuera del campo. De fácil regate y bien dispuesto para el gol, en la calle era un tipo chirene que no pasaba inadvertido. Sus pocos recursos físicos los compensaba con una técnica desacostumbrada por entonces. Hasta que fue llegando su declive y la afición pasó a censurar cada una de sus acciones, sin considerar los méritos pretéritos contraídos. Todo fue olvidado en el instante en que se conoció su óbito y Bilbao entero asistió al entierro, embargado por la emoción y el recuerdo de quien fuera un ídolo singular”.
Para él, la muerte fue una paradoja: resucitó al ídolo.
Su nombre quedó y queda asociado a los grandes cracks y estupendos goleadores que pasaron por el fútbol español. El Trofeo Pichichi, una creación del diario Marca, se entrega desde la temporada 1952/53. Su primer ganador fue, casi como un determinismo, Telmo Zarra, el máximo anotador de la historia del Athletic de Bilbao —el club de Aranzadi— y de la Primera División. El segundo fue el genial Di Stéfano, prócer de la Casa Blanca. Luego llegaron nombres que la historia del fútbol ubica en la categoría de intocables: el húngaro Ferenc Puskas —cuatro veces ganador, en los años 60—, el español Quini , Mario Kempes, el mexicano Hugo Sánchez —ganador cuatro veces consecutivas en los 80—, el clan brasileño de Bebeto, Ronaldo, Romario, el impecable Raúl González y ahora el astro Lionel Messi.
Sobre Pichichi se escribieron textos, se pintaron cuadros —”Idilio en los campos de sport”, de Aurelio Arteta—, lo homenajearon con menciones especiales, esculturas, bustos. Su juego y sus goles lo convirtieron en leyenda. La muerte temprana —a los 29 años— lo convirtió en mito.
En 1926, el Athletic —a través de su presidente de entonces, Ricardo Irezábal Goti— le encargó al artista Quintín de Torre la realización de un busto del futbolista, a modo de tributo. Ese rostro cambió de lugar dos veces hasta su ubicación definitiva, cerca del palco presidencial de San Mamés. Está allí desde hace 40 años para darle continuidad a un rito: la entrega de un ramo de flores de parte del capitán visitante, en el caso de que se trate de una primera visita.
Aquellos días de Moreno Aranzadi los retrata la propia página oficial del Athletic, que ubica a Pichichi en el territorio de las leyendas: “El público seguía con expectación los partidos, pero muy especialmente aquellos de campeonato que enfrentaban a equipos vascos, Arenas de Getxo, Racing y Sporting de Irún y Real Sociedad de San Sebastián”.
Los aficionados rojiblancos se acostumbraron fácilmente a la victoria y al posterior multitudinario recibimiento. Pocos podían imaginar a mediados de 1910 que llegaban tiempos difíciles para el equipo bilbaíno, al enfrentarse a equipos que contaban, de manera encubierta, con profesionales en sus filas. El Athletic tardó un lustro en conquistar otro título. En la temporada 1919-20 conquista de nuevo el Campeonato Regional, y ya con un equipo renovado, se consiguieron los campeonatos de Copa de 1921 y 1923.
Él fue símbolo del fútbol de ese tiempo. Y personaje icónico de esos días. También por eso su nombre sigue latiendo cada vez que hay un partido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario